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El Guijarro      
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El artista era la única persona que comprendió el misterioso secreto
de la mente del capitán. Se requiere ese atrevimiento creativo para
caminar al filo entre la visión divina y la locura. El artista estaba
obsesionado con la belleza. El había pintado el Mar Egeo, el cielo,
las cintas sueltas y esparcidas de lavanda de los ciudadanos del
llamado Peloponesio. Las había pintado con la creencia apasionada
de que serían la llave para despejar los significados de su alma.
Según secaba su brocha y respiraba profundamente, volvía su cabeza
sobre el hombro para observar la solitaria figura del capitán de pie en
la cumbre de la montaña. Las lágrimas bajaban por la barba crecida
de las mejillas del Capitán Yourga mientras jugueteaba con un
guijarro entre sus dedos. Era tan hermoso, que debió haber sido
pintado por Dios. Pulió la piedra con la humedad de sus lágrimas, la
frotó contra su frente, la besó, le habló amorosamente. Le dijo:
"Testigo bendito del sacrificio loco, toma mi dolor contigo". La
volvió a besar, soltó los dedos manteniendo su otra mano hacia el
cielo gesticulando al ángel para que observara la perfección de su
obra.
El guijarro cayó. Cuando caía el capitán observó ángeles
descendiendo del cielo. El tiempo pareció detenerse. El sol brilló
sobre él triunfalmente. Los ángeles recorrieron los rayos de luz. Luz
dorada emanando música en murmullos. Se acercaron a mirar el gran
evento creado por el capitán. El viaje de este guijarro fue un acto
ennoblecido por su pasión. Fue de alcance Homérico pues iluminó el
acto de la creación y permitió al capitán presenciarlo. Sus lágrimas
fueron de alegría. Se sintió dichosamente bendecido por poder
disfrutar de este obsequio. Los ángeles vinieron a descansar. El
tiempo ganó intensidad. La piedra besó fuerte la primera roca. Rebotó
y rebotó nuevamente. Talló una trocha bajando la montaña. Creando
un nuevo camino. Este camino fue compartido por otras rocas. Todas
ellas viajaron ensanchando el camino, chocando cada vez con rocas
más grandes hasta que la más grande también fue liberada.
El artista también observaba. Desde su lugar donde pintaba el paisaje,
él observó el arte del capitán. El artista llamó a las rocas más grandes
"Las más antiguas", como si ellas hubiesen mantenido una vigilia
eterna. Y ahora eran libres. El artista no pudo ver a los ángeles. Así
como el hilo de la locura mantiene al artista esclavizado, esta misma
locura liberó al Capitán. Libre como las Rocas Antiguas. Las rocas
pequeñas las empujaron para convertirlas en compañeras de viaje
bajando la trocha, rodando y descendiendo en un alocado desfile final
de nuevas compañeras y seguidoras. El guijarro salto el borde
hasta el océano. El mar dio la bienvenida a los recién llegados. En su
rápido descenso las aguas se corrieron para dejarlas pasar. Abajo una
estatua de Jesús con los brazos abiertos las recibió en su nuevo lugar
de descanso. La estatua alguna vez dio la bienvenida a los marineros
al llegar al puerto. Ahora descansaba mirando sobre las mareas a las
Antiguas Rocas y al guijarro.
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Los ojos azul grisáceos del artista eran esferas resonando con la
vibrante fábrica de creación. Sus pensamientos eran bailarines
esforzándose por expresar la poesía del Ballet del Gran Autor. Dios
nos pide que bailemos. Nuestras vidas, como bailarines, esperan ser
improvisadas. Para comprender el significado del Gran Ballet y
contribuir con nuestra propia inspiración. El Capitán lo sabía. La
única diferencia entre el artista y el capitán era que el artista era un
hombre mientras que el capitán era un ángel atrapado en un cuerpo
de hombre. Un ángel extasiado eternamente por la alucinante belleza
de la luz, un hombre retorciéndose en la confusión de la emoción
dejada por el vislumbrante Dios. El artista podía retirarse a la soledad
de la nada, a la oscuridad del abismo, a las ilusiones vacías del ego
donde las fantasías egoístas lo podían aliviar de la carga de servir a la
creación. Aquí al filo del ser donde mora el hombre, el artista puede
descansar. Puede acopiar todo su coraje y observar la existencia a
través de sentidos reflejados. Entonces aquí en esta roca plantada en
el Mar Egeo, el Capitán Yourga y el artista talentoso se dejaron llevar
conjuntamente en un momento de sereno esplendor cuando el sol
proyectaba su último aliento sobre el inmenso lienzo del cielo. Este
atardecer fue la marea baja de la creación. El final del respiro diario.
La quietud destiñó en índigo oscuro. Los sonidos de la noche
emergieron lentamente. Con la noche llegaron los sonidos del mar.
Esos sonidos son más intensos en la oscuridad. En el fondo del mar,
el guijarro anidó entre Los Antiguos y Jesús.
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La mañana en el agua se siente nueva y fresca. Con la marea, la
embarcación que llega de Atenas trae una increíble variedad de
viajeros. Como la red de pesca de los pescadores, el barco trajo gente
de todo el mundo. Se esparcieron en el puerto. Tal como los
pescadores, los pobladores locales comerciaban con su pesca humana
para vivir. Agentes de los hoteles y albergues recibieron a los turistas.
La mayoría de estos peces humanos nunca deambularán fuera de los
caminos turísticos. Algunas veces una raza extraña de pez llegaba.
Boulina era una mujer hermosa. Diferente al resto de acompañantes
en el bote, se escapó de los agentes y se alejó de ahí para internarse
en el centro de la comunidad nativa. Ella tenía una afición por tipos
creativos tal como los que se reunían en la isla. Autores, pintores,
poetas y espíritus libres buscando significados no encontrados en su
lugar de origen. Así como el talento era el pasaporte usual, Boulina
viajaba con su belleza, introspección intuitiva y voluntad de escuchar.
La vida en la taberna ofrecía cena, bebida y un lugar para hacer
amigos y conocidos. Apenas se aseguró una pequeña habitación, se
acomodó en la pequeña taberna adonde se reunían los artistas y
expatriados. Ella tenía un cabello negro y largo enmarcando un
elegante cuello donde bailaban unos aretes de argolla. Sus argollas,
como hermanas gemelas, estaban sincronizadas con sus brazaletes. En
sus brazos y muñecas los brazaletes también danzaban con cualquier
gesto suyo. Sus ojos café oscuro con largas pestañas estudiaban
gozosamente el espacio vivamente iluminado. Entre los hombres
buscando una excusa para acercarse a Boulina, el dueño de la taberna
se presentó a sí mismo. Le dio la bienvenida a su bien equipada y
moderna taberna.
Habiendo crecido entre corredores mal iluminados, él ahora estaba
orgulloso de su iluminación. Muchos hombres risibles, esperando
atraer su atención, la halagaban. Su vestido negro era atractivo pero
no obviamente provocador. Su belleza no necesitaba ayuda.
Cuando el artista entró, ella alejó de sí a los payasos. El ordenó su
Uzo acostumbrado. Las mechas disparejas de su cabello cayeron
sobre sus hombros cuando él se volvió. Alguna vez café oscuro,
aclarados por el sol, los flecos grises de su cabello formaban cortes
rectangulares. Sus ojos se arrugaban en las esquinas como a alguien
que sonríe pródigamente. Ellos se lanzaron hacia una mirada más
cercana a Boulina. Entonces él se volvió al bar y ordenó otra bebida.
El se sentía muy cómodo con su apariencia asoleada. La vanidad es
una broma obvia para un artista. Hacía mucho tiempo que él mismo
había enseñado deseos por tacones. Era una cuestión de estatura. El
hombre no tenía ninguna si era un esclavo del deseo. El estaba ya
dispuesto de pagar su tercera bebida y estaba muy satisfecho de ser el
único hombre ahí que podía olvidarse de la mujer vestida de negro,
cuando ella colocó su mano al otro lado de la suya. "Déjame
pagarlo". Ella inclinó suavemente la cabeza hacia un lado dejando su
cabello caer en una cortina negra, bloqueándole al artista la vista al
salonero. Decididamente ella dijo: "Entonces, ¿usted el talentoso
artista con todos los colores en su mente? ¿O es en su corazón?" Ella
enderezó su cabeza. El salonero se había ido. "¿De dónde provienen
esos colores? Su sonrisa envió una onda de calor que el artista no
había sentido desde hacía mucho tiempo. El dio una mirada a través
de la ventana-dolor hacia la oscuridad de la calle. Según la tibieza lo
envolvía, su último pensamiento fue del capitán esperando en algún
lugar en la oscuridad.
El capitán Yourga observaba desde la pared de piedra. Alguna vez
había sido perseguido por juerguistas borrachos y ahora sabía cómo
ocultarse en la oscuridad. Su amigo estaría de regreso a casa pronto.
¡Las estrellas! Oh Dios, las estrellas estaban tan cerca. El intentó
antes muchas veces agarrarlas. Lo mareaban. Después de mucho
tiempo parecían detenerse. Entonces pareciera cómo si él pudiera
verlas a todas al mismo tiempo. El mantenía su mirada fija en una
estrella brillante. Mirar solamente a una de ellas era el truco para
hacerlas permanecer quietas. Se quedaba parado en la oscuridad como
un espantapájaros, mirando fijamente. Hubo un tiempo en el que él
hablaba sólo con los gatos y los burros. Ahora podía dar respuestas a
las estrellas. Su cuerpo quedaba atrás. Se paralizaba como una muda
estatua, mientras navegaba las galaxias. Su corazón se inundaba con
el infinito inacabable de las visiones nocturnas. Le hacían retornar a
su serena calma. Luego de una larga espera miró a su amigo regresar
a casa. Su amigo no estaba solo. Se mantuvo observando mientras el
artista y Boulina se inclinaban uno sobre el otro.
Mientras el Capitán podía morar en las estrellas, el artista debía
trabajar para vivir. Tenía que tratar con personas. Atenas es la
metrópolis donde el este y el oeste se encuentran. En Phlliouppou,
debajo de la Acrópolis, existen pequeñas y finísimas galerías de arte
de las que viven los artistas que algún serán reconocidos. En una de
estas galerías, el marchante Andraiuos Dimipoponopolu, colgó el
teléfono y levantó uno de sus Óvalos Ingleses. Él iba a ser rico. Él iba
a ser muy, muy rico. Era un trato hecho. Uno de los artistas a quien él
representaba finalmente estaba siendo popular en Nueva York. "Ne
York-e", repitió hoscamente. El odiaba Nueva York. El odiaba Paris
y Londres también. Pero sobretodo odiaba a los artistas. Muy pronto
acabaría con todos ellos.
Cuando el sol irrumpió a través de la ventana, fue como si el artista
estuviese recordando un sueño. Los gallos, los asnos, las viejas
gritándose unas a otras sonaban como una canción de cuna. Fue la
luz que lo trajo de vuelta a sus sentidos. Abrió los ojos. No era un
sueño. La mujer estaba ahí, en su cama, con un brazo alrededor de
él. Ella sonreía. ¡Qué noche! Ella amaba el arte. Amaba el arte de
él. ¡Lo amaba a él! Lo decía y lo repetía mil veces. ¡Una mujer
bella! ¡Qué noche! Ellos eran toda una pareja. La vida ahora era
motivo de celebración. Y así transcurrió por muchos días. Un día
ella lo "emborrachó debajo de la mesa". Ella preguntó, "Qué
significa, emborracharte debajo de la mesa". Él le explicó que era
una expresión de tomadores fuertes. Era como tener una pierna
hueca. Ella todavía tenía la capacidad para resistir cuando él ya
había caído. La admiración brilló en sus ojos. Ella era toda una
mujer.
Hubo muchas noches de taberna. A través de todas ellas el capitán
mantuvo una solitaria vigilia. No podía comprender porque su
amigo estaba pasando tanto tiempo en la taberna y a su arte le
dedicaba tan poco tiempo. El artista era su única conexión viviente
con esa belleza aterradora que le hacía aflorar emociones. La
única criatura en la existencia que podía entender se le escapada.
Pareció al capitán que hubo menos atardeceres esas tardes. Los
atardeceres eran un evento especial. Eran el entendimiento de la
muerte y el renacimiento. Era algo que el capitán y el artista podían
experimentar unidos en silencio. Este no era un silencio vacío.
Estaba cargado con la seguridad de una intensa comprensión
mutua. Ahora el artista iba a compartir un silencio conocido con
otra persona. El y Boulina se iban a casar. El capitán Yourga había
visto celebraciones de boda antes. El no comprendía exactamente
para qué servían, pero sí sabía que significaba que un hombre y una
mujer vivirían juntos. Estaba seguro de que había algún tipo de
significado místico y especial que él se estaba perdiendo. Todos
estos casamientos le confundían. Las Hermanas religiosas se casan
con Jesús, los Santos Papas se casaban con la Iglesia, pero lo que
no podía conciliar era que el artista se casara. Al capitán le parecía
que ya el artista estaba casado con la vida y con Dios a través de su
arte. Esto lo sabía por las pinturas. Ellas eran como niños
hermosos nacidos del entendimiento de que Dios había bendecido
al artista. Bendecido con este presente por el cual sus bellísimas
criaturas llegaban a ser. Ellas habían calmado el corazón inquieto
del capitán. Eran la prueba de que no estaba solo. Eran como aquel
guijarro del capitán que se llevaba consigo el dolor al fondo del
océano.
No había pasado mucho tiempo después del casamiento, cuando
como muchas veces antes, el artista y su esposa hicieron su
procesión con vela de regreso a casa. Esa noche el artista había
tomado mucho más que de costumbre. Emprendieron su camino de
retorno por el sendero solitario hasta que Boulina quiso detenerse a
descansar en la Ermita de Gorge. Reflexionando acerca de su vida,
el artista se dio cuenta de que no era correcto mantenerse tanto
tiempo alejado de su trabajo. Las imágenes en remolino de su
cabeza se detuvieron mientras él se concentró en la luna
destellante sobre las olas.
casualmente entre la fábrica de la creación. Todo era tan
desesperadamente bello. Ellos estaban tan lejos de la mirada de un
simple par de ojos, tan completa y totalmente satisfechos así como
alejados del alcance humano. Era cierto. El fue bendecido con su
talento. El regalo era la aceptación de Dios de que él podría
manejar brevemente un pequeño pedazo de creación. Se volvió a
mirar a Boulina, quien se estaba apartando extrañamente hacia
atrás como si hubiera una serpiente al lado de él. Repentinamente
de lo oscuro de las sombras un hombre pequeño se lanzó hacia
delante y con una fuerza sorprendente arrojó al artista sobre el bajo
muro de piedra. Era Andraious, el director de la galería de arte.
Andraious se quedó mirando determinado. Como uno de los
guijarros del hombre loco, el artista se precipitó bajo el precipicio,
y como el centelleo de la luna en la ola, su vida parpadeó y ya no
estaba.
Desde lo alto de la montaña un grito desgarrador como fuera de
este mundo rodó cruzando las rocas demoliendo los oídos de
Boulina. "El loco lo sabe" murmuró ella. El pánico se apoderó de
su rostro, Andraiuos la zarandeó para conseguir su atención. "No
seas tonta. El es solamente un loco salvaje. Mantén el control.
Ahora eres la viuda de un desconocido quien se ha convertido en
una estrella en Nueva York.
Finalmente está hecho y terminado. Nadie va a escuchar a locos
delirantes. La próxima semana recogeremos las pinturas y nos
iremos de esta roca para siempre." Boulina estaba temblando, pero
la ambición de toda su vida de tener dinero pareció hacerla
entender. Tranquilizó sus nervios. Andraiuos la mandó al puerto a
llevar la trágica noticia del accidente. Para cuando se supiera la
noticia Andraious estaría de regreso en su bote alquilado
navegando hacia Atenas. Nadie sospecharía nada.
Andraiuos tenía razón. Nadie quiso escuchar al loco del pueblo.
Boulina recreó tal máscara de dolor que todos los payasos del
pueblo se dedicaron a consolarla. El capitán fue desde la histeria
hasta la calma sin esperanza. Como un marinero en el ojo de una
tormenta que sabía que su tullido barco pronto sería tragado y
astillado. Se quedó en la sombra frente a la faz del destino.
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Al final de la semana Andraious regresó de Atenas. El y Boulina
empacaron dos burros con las pinturas. Estas eran como perfectos
fragmentos del universo que el artista había dejado. Un viento
vertiginoso de avaricia se arremolinó alrededor de los dos burros.
Éste se podía observar claramente desde la cima de la montaña.
Una puñalada de pesar atravesó al capitán. Él había conocido desde
siempre a estos dos burros. Los había visto nacer. Era villano que
ahora estuvieran atrapados en esta tarea diabólica. Cuando iban por
el angosto sendero hacia el puerto, el capitán rogó frenéticamente a
los burros que lo perdonaran. Convulsionó en un torrente de
emociones conflictivas. Febrilmente se arrastró a tientas en el
suelo. Finalmente parándose solo, un guijarro perfecto pareció
hablarle. El lo lavó con sus lágrimas, lo pulió contra su camisa, y lo
sostuvo a contraluz.
Ahora el destino había traído un nuevo significado a su obsesión.
Besó la piedra, la llevó a su frente y dijo, "lleva mi dolor contigo
ojos. Esto era un crimen. Un crimen para responder a otro
crimen. El capitán sabía que se estaba condenando. No hubo un
recibimiento de ángeles que se maravillaran de su excelencia. No
hubo rayos dorados de luz. Ni música celestial. No se detuvo el
tiempo. Contuvo un grito mientras el guijarro reunía rocas,
piedras y escombros. El desfile, guiado por el guijarro, se
convirtió en una furiosa turba. Las más Antiguas también se
unieron al veredicto final. El estruendo creció más que sus
sollozos, mezclándose con gritos, rebuznos, pedazos
destrozados de creación, retorcidos todos en una temerosa,
desesperada y furiosa carrera para terminar en la tranquilidad del
fondo del mar. El océano lo acogió todo. Los fragmentos de
perfección, los cuerpos desgarrados de las bestias inocentes, las
ánforas vacías que hacía solo un momento estaban repletas de
avaricia, todo era ahora lo mismo en la quietud del océano. Así
como la última danza en el Gran ballet, los bailarines hicieron
sus últimos movimientos. En una elegante coreografía,
orquestada por mareas y corrientes y dirigida por el deseo
invisible de las estrellas, la creación pudo descansar… dirigida
por el guijarro.
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